La exposición Bajo el Imperio de los miriñaques (1852-1870), que podrá verse hasta el 26 de abril, recupera los tiempos en que reinaba en Francia la española Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III y emperatriz de la moda, que impuso el bolero y la mantilla y que dio su nombre a un cierto color violeta. “El Segundo Imperio es un período criticado por su lado ostentoso, hoy diríamos bling-bling, y porque terminó mal”, explica la directora del museo y curadora de la exposición, Catherine Join-Diéterle, en declaraciones a la agencia AFP, quien también asegura que éste fue “un periodo de grandes transformaciones económicas y de grandes progresos industriales”. “La extensión de los ferrocarriles hizo que la noción de velocidad adquiriera una enorme importancia”, subraya Join-Diéterle. La moda integró esa necesidad de velocidad, con vestidos compuestos por grandes faldas y cuerpos intercambiables, escotados para la noche, de cuello cerrado y mangas largas para el día. “La modernización de la producción textil y la aparición de nuevos tintes transformaron las telas y enriquecieron su paleta de colores, mientras que la mecanización permitió la diversificación y una extensa utilización de encajes y pasamentería que hasta entonces eran hechos solamente a mano”, agrega. Fue también la época en que aparecieron las grandes tiendas y nació lo que después se llamaría alta costura, con modistos como Worth, que vistió a la emperatriz Eugenia. La exposición se abre con una sala dedicada a los vestidos de baile, un despliegue de sedas, encajes, volantes y accesorios preciosos, incluyendo algunos que pertenecieron a Eugenia de Montijo o a la princesa Mathilde Bonaparte. “Los bailes cerraban en la época todas las celebraciones y acontecimientos políticos” y los vestidos de las mujeres “eran el símbolo del poder y la riqueza de sus maridos”, subraya la curadora. En las salas sucesivas, puede verse la influencia sobre la moda de la generalización de los viajes, la aplicación en las prendas de vestir femeninas de la ingeniosidad técnica, como las faldas con un sistema de tirantillos instalado en la cintura, que permite levantarlas para no ensuciarse al andar por las calles. Aparece también el traje de ciudad, antepasado del traje sastre. La exposición se cierra con una muestra de joyas de época y de artículos de lujo: chales de cachemira, mantillas de encaje de bolillos de Alençon, abanicos adornados con piedras preciosas, que en general las familias acaudaladas encargaban para el ajuar en ocasión de las bodas de sus hijas. El Segundo Imperio fue en Francia la época del triunfo de la burguesía que exhibía su riqueza y su fasto, tan grande como el de la corte del emperador. Ello hizo que se concentraran industrias y artesanías que convirtieron París en la capital del lujo.