En estos momentos y en esta época del año quizá no haya un tipo de calzado tan relacionado con la forma de hablar y actuar de «la calle», aunque esta expresión haga referencia, al fin y al cabo, a una calle ficticia y llena de gente guapa, de guapos pobres y de jóvenes que pueden entrar potencialmente en alguno de los dos grupos mencionados. Las zapatillas Vans han viajado, desde su creación en la California de la cultura surfera surgida al sur de Santa Cruz y alrededor de lugares como San Luis Obispo, hasta una Barcelona que juega exhibiéndose y que pretende convertir la playa de la Barceloneta en el nuevo Malibú. Aunque quizá, dándonos un paseo por allí, apercibiremos que esta transformación es ya una realidad. Cómo molan mis Vans Uno no entiende qué diferencia existen entre los palabros «customizar» (del inglés customize, algo así como personalizar) y «tunear«, de significado parecido, aunque con una connotación diametralmente opuesta. Customizar parece ser lo último, digno de quienes van a la vanguardia del cosmopolitismo, mientras que el tuneo es lo más arrabalero, o el alerón elevado a la enésima potencia. Algunos intentan explicar esta diferencia con el símil de la música techno de calidad y la más ibérica música máquina. De ahí que, sin que uno no lo entienda del todo, customizarse unas zapatillas Vans sea un sofisticado modo de convertir nuestro estilo en lo más sofisticado del Raval. La exposición Customize Me, a la que fuimos invitados, intentó explicarnos, en la sede del FAD, por qué la personalización del modelo más clásico de Vans puede convertirse en objeto de visita en una prestigiosa institución de la ciudad. Lo que pudo verse en la exposición, abierta también al público, es la reinterpretación de este modelo de zapatilla por 50 diseñadores distintos de la talla del neoyorquino Joshua Davis. Eso sí, ya el día de la presentación para prensa no pudieron verse las Vans de Davis, al haber sido robadas por algún «moderno» desaprensivo. Contexto La Plaça dels Àngels de Barcelona, una suerte de descampado urbano que destaca por la ausencia de barreras físicas o arquitectónicas convencionales -ya sean árboles, bancos tradicionales o farolas- fue diseñada como un moderno y funcional espacio urbano que debía cumplir dos cometidos: por un lado, y como también le ha tocado a la Rambla del Raval, debía oxigenar uno de los espacios del centro de la ciudad más deprimidos, por otro, tenía que convertir el Raval más multicultural en punta de lanza de la marca Barcelona. Con la Plaça dels Àngels como ágora y punto de referencia, esta zona de Ciutat Vella, el centro histórico barcelonés, se ha convertido y uno de los lugares más cosmopolitas y bulliciosos, donde la tradicional Barcelona se diluye con la ciudad que ha aprendido a acoger jóvenes de Europa y el resto que vienen a crear, expresarse y divertirse. Algunos de ellos, quizá los menos, han logrado ganar dinero aunando creación y diversión. Otros son combatidos con cada vez mayor dureza: Barcelona es también el paraíso europeo de los graffitis y, de seguir el ritmo de crecimiento actual, pronto superará a Nueva York como principal lugar de reunión de este tipo de artistas callejeros. Eso es al menos lo que pensó Intermoda.net al acercarse a la Plaça dels Àngels, centro neurálgico del arte contemporáneo institucional (el CCCB y el Macba están a escasos metros del edificio de FAD, institución que promueve el empleo y desarrollo de las artes decorativas y el diseño industrial) y el callejero, permanentemente representado por legiones de chicos con monopatín -¿deberíamos decir skaters?- que aprovechan las filigranas arquitectónicas a un lado y a otro de la plaza para poner a prueba sus tablas.  La conjunción entre expresión de la calle y apoyo institucional es una fórmula que ha dado réditos incalculables a ciudades que presumen de liderar corrientes artísticas y crear movimientos que pueden inspirar a artistas de otros lugares: casos como los de Nueva York o Berlín eran modélicos y parecían insustituibles para los jóvenes más inconformistas. Hasta que Barcelona se convirtió en marca global de ciudad tolerante, preparada para convertir en «pija» la cultura de la calle. Las zapatillas Vans están ahora por todas partes. Hasta que «customizarlas» sea, para quienes las llevan ahora, algo tan poco deseable como el «tuneo».